lunes, 14 de agosto de 2017

EL FIN DE TODO SUFRIMIENTO *


   Quedarte en los límites que de ti has forjado porque te son conocidos te limita a una misma ignorancia que pretende pasar por saber. Ansiar lo que ansía, te deja siempre en carencia. Sufrir el sufrimiento, lo perpetua. No temas al temor y desenfángate de todo el lodo acumulado en tus memorias al creer que ibas a remolque de las circunstancias, sin saber muy bien a donde te conducían. Haz oídos sordos a ese parloteo de tu mente que te angustia y atormenta en su estéril búsqueda de soluciones a imaginarios problemas, tomados por vitales. No te enredes en enredos de enredada coyuntura, pues todo lo que quiere atarse a una seguridad particular aumenta, mas pronto que tarde, la inseguridad; fabricando bucles y paradojas de cansina absurdidad, en las que cuanto mayores son las protecciones más temible e inseguro parece todo. Y sentirse inseguro es pensarse en peligro. Y creer estar en peligro conlleva sufrimiento.

   Aceptar el presente en su totalidad, y no pelearse contra él, te libera de repetir los mismos errores en el futuro. Sanar el íntimo sufrimiento, por lo tanto, es una cuestión de perspectiva, de visión clara y purificadora, que pasa por alto lo pasajero, quedando en paz con lo esencial y eterno. Es un pasar de la visión reducida -a ras del mundo- a una manera de ver totalmente diferente -a ras del Cielo-; mediante la cual, al mantener la conciencia atenta tan sólo al vivencial instante presente, al corazón mismo del alma, todo es contemplado desde una óptica no atrapada por las corrientes de pensamiento que se arremolinan y serpentean ante cualquier obstáculo que aparece en el flujo de la vida. No te castigues por la vergüenza, la culpa, la cólera, la pena, el dolor, y por tantas y tantas sensaciones producto de pensamientos equivocados. No les concedas valor. No los sigas a pies juntillas o te despeñaras por el delirante precipicio del terror y su insoportable sufrimiento. Elévate por encima del sinuoso discurrir del mundo y, con gratitud, verás que su tránsito ya ha alcanzado su consumación... que el río de la vida, siempre ahora, con su flujo incardinado, llega inexorable al mar... Y, en el mar, todo es una misma agua. 

   Alzado allende lo personal el espíritu se regocija en plenitud. Desde lo elevado hasta los obstáculos más espeluznantes, temidos y evitados, imponentes como macizas cordilleras, son sobrepasados sin ningún titánico esfuerzo por tu parte, con mirada límpida, con suavidad y certeza... en perfecta paz.


   Desvanecer el sufrimiento que a uno le atenaza es una cuestión de elegir la paz de espíritu, sea cual sea la circunstancia que parezca suceder... Un despreciar aquello que, en tu propia mente, te desprecia y minusvalora... Un atender al ahora con plena consciencia desatendiendo los juicios del pasado que elaboraban ilusorias expectativas de futuro... Un despedirse de los consejos del miedo... Un no atender a los requerimientos de los deseos por subsanar una carencia que estos consideran ineludible, cuando no es más que una vana ilusión. El Amor, Dios, la Divina Unicidad, no te dice que tu vida aquí en el mundo no sea dura y que sus senderos no sean dificultosos; Él, te dice que estos senderos no son reales, que no son más que meras ensoñaciones en tu mente santa... que confíes y sueltes tu apego a lo transitorio, en favor de lo eterno... un soltar el mundo para ser del Cielo.

   Erradicar el propio sufrimiento es un aceptar la intensidad de la angustia de creerse limitado y no querer arreglarla a tu manera, sino confiar en la manera de Dios; quedándote en la quietud espaciosa del cielo abierto del ahora. Confiando. Confiando de verdad, sin tibiezas ni peros. Un atravesar tu huerto de los olivos con el corazón entregado. Confiando en la paz de espíritu, con constancia, con devoción, con fe... Un no olvidar que Dios sana todo sufrimiento, porque te Ama, porque nos Ama, porque sólo hay Su Amor... Un dejar pasar todos los sueños rotos y esperar sólo Su Respuesta... Y, de repente, ¡Oh, milagro! La Luz... el fin de todo sufrimiento... la misericordia de la Divina Unicidad te colma... la certeza de lo infinito te desborda... te has sanado de la idea de lo limitado... te has curado de identificarte con un cuerpo... te has salvado por la gracia del Altísimo, confiando sólo en Él y en Su Amor... Su Respuesta, únicamente Su Respuesta de Vida Plena, de Vida sólo en el Espíritu, te resucita del sueño de la muerte.

KHAAM-EL




Escucha el armonioso sonido de la gran campana del Amor
que te despierta del angustioso sueño del sufrimiento y la muerte
desde lo más profundo del alma,
llamándote de vuelta a la unicidad mediante la atención plena del Ser.

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