domingo, 8 de julio de 2018

LA INOCENCIA ES AGRADECIDA Y FELIZ


   Separar lo contemplado del contemplador y significar una distancia perceptiva que los distingue en categorías de diferente rango o nivel, enreda el pensamiento en un sinnúmero de teorías que pretenden validarse unas contra otras y, en consecuencia, en lugar de facilitar el conocimiento lo ocultan. Y, de inmediato, el miedo y el recelo asoman a la mente que así piensa; pues, lo oculto y desconocido engendra temor. Sopesar implica ignorar aunque someramente aparezca como un querer llegar a conocer. No balanceéis entre extremos y mirad allende los conceptos que parecen sostenerlos. Ahondar en lo sustancial y no distraerse con pasajeras desavenencias, o supuestas concordancias de inestable lazo, apertura la conciencia a ser mirada limpia e inmediata, completa, meditativa y serena, mostrando, con meridiana claridad, que cualquier comparación es una evanescente ilusión que disgrega y coarta la contemplación libre de lo que hay y es, nebulando la sustancia y la pureza de lo contemplado con la desconfiada memoria de un supuesto contemplador erigido en temeroso y, también, por ésto, temible juez que antecede amenazada su tranquilidad por cualquier motivo de personal contraposición. Juzgar desde el miedo condena al juez a la pena por él mismo dictada, porque la creencia en la propia y amenazada pequeñez proyecta el ansia de grandiosidad que procura, con voraz insistencia, imponerse a lo considerado externo; lo que acaba por mantener sine die la insana y dolorosa sensación de vivir en constante estado de alarma, constreñidos en cuerpos de frágil y perecedera composición, enfrascados en mil batallas que guerrear por un puñado de seguridades de incierta duración -a consecuencia de la inevitable transitoriedad de los éxitos mundanos-. Cuantas más normas, más complejidad, y, cuanto más complejo es algo, mayores son las posibilidades de que funcione mal. No se encuentra de ningún modo seguridad yendo tras ella desde la inseguridad y, sin duda, una defensa presupone un ataque. Desterremos la violencia -surgida de escuchar al ignorante miedo- de nuestras vidas. No dudemos en volver a la alegría y no nos peleemos por/contra las lágrimas. 

   No transijamos con ilusiones. No nos unamos al sueño de otro ni tentemos a nuestro prójimo con los nuestros. Agradezcamos su libertad y hallaremos la nuestra. Seamos claros y no habrá jamás confusiones. No más dolor, no más culpa, no más intereses personales que usan al hermano para sí, no más búsqueda exclusiva ahí afuera y sí encuentro interior con la infinitud. El sufrimiento se sana en la mente no en el cuerpo. La relación santa acaba con la especial para bendecirnos a todos por igual. Perdonemos el error de juicio y sembremos nuevamente la semilla de la paz en nuestros corazones; sin sopesar si el mundo nos los parte, o no. Borremos el dolor de un pasado proyectado hacia un futuro y vivamos presentes. No nos castiguemos más, castigando. Agucemos bien nuestros oídos... Abramos bien nuestros ojos... Agradezcamos que en un presente liberado del 'yo' que se lo quería apropiar se encuentra la verdadera libertad. Y justamente en ese ahora, ahora infinito, la gratitud llena de gozo el alma. Expresemos con gratitud, pues, nuestra confianza en el Amor y no habrá obstáculo que no sea traspasado... Todo deja de ir a contracorriente porque se es un flujo inorillado. Todo habla de perdón y unicidad, sin interferencias de dolor o resentimiento. La crueldad del juez del mundo (el ego) es abolida por la perenne inocencia del Amor. Escuchemos la inefable condición de la calma, que en lo más íntimo del ser habita, diciéndonos con sabia voz que lo incomparable deshace toda amargura y pavor, todo conflicto e incertidumbre, trayendo la dicha de amar a corazón descubierto... contemplemos con la mirada del alma el relucir de un mundo nuevo que, con un fulgor omnipresente, derrite las frías rejas de la prisión perceptiva, mostrándonos una ilimitada amplitud de bienaventurada alegría… la bendición de ser uno en/con lo infinito. Así que no nos dividamos dividiendo y demos lo que en verdad somos para que todo ese darse sin cesar, que todo lo vivifica y sustancia, se vierta generoso e incondicional. Lo que se es se tiene y lo que se tiene se acrecienta al extenderlo… por lo tanto abramos sin recelo nuestras manos para recibir los dones que Dios quiere que demos sin escatimar ninguno, y compartamos la caricia de lo santo con todo rostro fatigado y desconsolado que -con sincero corazón- busque reposo, consuelo, esperanza y verdad. Atravesemos todos los horizontes comparativos, todos los horizontes divisores, todos los horizontes proyectados; atravésemoslos todos, sí, todos... no escindiéndonos en la sensoria cárcel de considerarnos y juzgarnos como una parte separada. Atravesemos todos los juicios... todos... hasta que no quede ninguno en nuestra mente y seamos libres de la autocondena que nos infligimos en un sueño delirante de tiempo y forma, cuando lo esencial -la vida, el espíritu- es eternidad y plenitud, amor y santidad.

   No te tomes las cosas, por tanto, de forma personal y comunicarás lo universal. La inocencia siempre es agradecida y feliz. Todo se torna ahora claro, bendito, puro... Agradeciendo de todo corazón la esencia común del Espíritu en nosotros refulge poderosa de nuevo, pues la inocencia nos salva de la insidiosa sensación de culpa con la que lo egoico nos quería aprisionar. Perdónalo todo... Perdónate por completo… Retorna a la inocencia del Amor y sé eternamente feliz junto con tu prójimo que es uno contigo, conmigo, con todos, en Dios... en la Inefable Plenitud de la Divina Unicidad.

KHAAM-EL



Porque no volver ahora a la inocencia con la gratitud hacia la vida toda.
Ahí: el Amor... Ahí: la Luz.
Iluminación.
Verdad.
Paz.
Dentro hallas lo infinito.
La salvación procede de tu corazón enamorado.
Confía...
Todo te irá bien...
Fluyes hacia el Cielo con todos ahora...

Gracias.





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