martes, 31 de enero de 2017

EN LA GRATITUD: LA INOCENCIA*

 

   Separar lo contemplado del contemplador y significar una distancia perceptiva, que los distingue en categorías de diferente rango o nivel, enreda el pensamiento en un sinnúmero de teorías que pretenden validarse unas contra otras y, en consecuencia, en lugar de facilitar el conocimiento lo ocultan. Y, de inmediato, el miedo y el recelo asoman a la mente que así piensa; pues, lo oculto y desconocido engendra temor. Sopesar implica ignorar aunque someramente aparezca como un querer llegar a conocer. No balanceéis entre extremos y mirad allende los conceptos que parecen sostenerlos. Ahondar en lo sustancial y no distraerse con pasajeras desavenencias, o supuestas concordancias de inestable lazo, apertura la conciencia a ser mirada limpia e inmediata, completa, meditativa y serena, mostrando, con meridiana claridad, que cualquier comparación es una evanescente ilusión que disgrega y coarta la contemplación libre de lo que hay y es, nebulando la sustancia y la pureza de lo contemplado con la desconfiada memoria de un supuesto contemplador erigido en temeroso y, también, por ésto, temible juez que antecede amenazada su tranquilidad por cualquier motivo de personal contraposición. Juzgar desde el miedo condena al juez a la pena por él mismo dictada, porque la creencia en la propia y amenazada pequeñez proyecta el ansia de grandiosidad que procura, con voraz insistencia, imponerse a lo considerado externo; lo que acaba por mantener sine die la insana y dolorosa sensación de vivir en constante estado de alarma, constreñidos en cuerpos de frágil y perecedera composición, enfrascados en mil batallas que guerrear por un puñado de seguridades de incierta duración -a consecuencia de la inevitable transitoriedad de los éxitos mundanos-. Cuantas más normas, más complejidad, y, cuanto más complejo es algo, mayores son las posibilidades de que funcione mal. No se encuentra de ningún modo seguridad yendo tras ella desde la inseguridad y, sin duda, una defensa presupone un ataque. Desterrad la violencia -surgida de escuchar al ignorante miedo- de vuestras vidas. No dudéis en volver a la alegría y no os peléeis con las lágrimas. 


   No transijáis con ilusiones. No os unáis al sueño de otro ni tentéis a vuestro prójimo con los vuestros. Agradeced su libertad y hallaréis la vuestra. Sed claros y no habrá jamás confusiones. No más dolor, no más culpa, no más intereses personales que usan al hermano para sí, no más búsqueda exclusiva ahí afuera y sí encuentro interior con la infinitud. El sufrimiento se sana en la mente no en el cuerpo. La relación santa acaba con la especial para bendecirnos a todos por igual. Perdonad el error de juicio y sembrad, de nuevo, la semilla de la paz en vuestros corazones; sin sopesar si el mundo os los parte, o no. Borrad el dolor de un pasado proyectado hacia un futuro y vivid presentes. No os castiguéis más, castigando. Aguzad bien vuestros oídos... Abrid bien vuestros ojos... Agradeced que en un presente liberado del yo que se lo quería apropiar se encuentra la verdadera libertad. Y justamente en ese ahora, ahora infinito, la gratitud llena de gozo el alma. Expresad con gratitud vuestra confianza en el Amor y no habrá obstáculo que no sea traspasado... Todo deja de ir a contracorriente porque se es un flujo inorillado. Todo habla de perdón y unicidad, sin interferencias de dolor o resentimiento. La crueldad del juez del mundo (el ego) es abolida por la perenne inocencia del Amor. Escuchad la inefable condición de la calma, que en lo más íntimo del ser habita, diciéndoos con sabia voz que lo incomparable deshace toda amargura y pavor, todo conflicto e incertidumbre, trayendo la dicha de amar a corazón descubierto... contemplad con la mirada del alma el relucir de un mundo nuevo que con un fulgor omnipresente derrite las frías rejas de la prisión perceptiva, mostrándoos una ilimitada amplitud de bienaventurada alegría… la bendición de ser uno en/con lo infinito. Así que no os dividáis dividiendo y dad lo que sois para que todo ese darse sin cesar, que todo lo vivifica y sustancia, se vierta generoso e incondicional. Lo que se es se tiene y lo que se tiene se acrecienta al extenderlo… por lo tanto abrid bien vuestras manos para recibir los dones que Dios quiere que deis sin escatimar ninguno, y compartid la caricia de lo santo con todo rostro fatigado y desconsolado que -con sincero corazón- reposo, consuelo, esperanza y verdad busque. Atravesad todos los horizontes comparativos, todos los horizontes divisores, todos los horizontes proyectados; atravesadlos todos, sí, todos... no escindiéndoos en la sensoria cárcel de consideraros y juzgaros como una parte separada. Atravesad todos los juicios... todos... hasta que no quede ninguno en vuestra mente y seáis libres de la autocondena que os infligistéis en un sueño delirante de tiempo/espacio, cuando lo esencial -la vida, el espíritu- es eternidad y plenitud, amor y santidad.

   No te tomes las cosas de forma personal y comunicarás lo universal. Todo se torna ahora claro... Agradeciendo de todo corazón la esencia común del espíritu en nosotros, de nuevo la inocencia nos salva de la insidiosa sensación de culpa con la que lo egoico nos quería aprisionar. Perdónalo todo... Perdónate por completo… Retorna a la inocencia del Amor y sé eternamente feliz junto con tu prójimo que es uno contigo en Dios.

KHAAM-EL




Porque no volver ahora a la inocencia con la gratitud hacia la vida toda.
Ahí: el Amor... Ahí: la Luz.
Iluminación.
Verdad.
Paz.
Dentro hallas lo infinito.
La salvación procede de tu corazón enamorado.
Confía...
Todo te irá bien...
Fluyes hacia el Cielo con todos ahora...
Gracias.

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