viernes, 1 de junio de 2018

EL CESE DEL SUFRIMIENTO

   Hay un sufrimiento tremendo en el querer que a uno lo quieran de forma especial, en el pretender ser recordado o en el intentar sobresalir. Si uno se apega a lo eogico y piensa que no lo quieren, que lo han olvidado o es un fracasado, se pone tenso y cae en una tristeza enorme. Más, si uno piensa que lo quieren por ésto o lo otro, que le tienen en cuenta y están pensado en él o está consiguiendo destacar, también se pone tenso; tanto si imagina que es para mal como para bien, en el primer caso, irritándose y en el segundo poniéndose eufórico, la paz y la dicha le son elusivas. Porque es precisamente ese querer amoldar la imagen de uno para que los demás le tengan en buena estima, lo que esconde un deseo oculto de invadir la vida del otro, mediante un plañidero recuérdame o un exigente quiéreme; y si no se consigue tal como se supone, como más pronto que tarde acaba sucediendo, se busca un conflicto para ser recordado al menos como alguien enfrentado o airado, como alguien diferente del resto, en un desesperado ansia de hostil reconocimiento. Reflexiona. Contempla el razonamiento del ego sin medias tintas; se anhela en el especialismo la tensión antes que sentirse olvidado de todos, y, en esa adicción a la tensión que genera lo personal, parece perderse rápidamente la paz de espíritu por un cúmulo de pensamientos compulsivos e irreflexivos. Sí, auto-indaga con honesta disposición. Comprende y rectifica la manera de verte en función de los demás, pues los que buscan en la relación especial su satisfacción se pierden yéndose por vericuetos que no llevan a ninguna solución definitiva a su honda sensación de insuficiencia resultado de la identificación con lo egoico.

   Una vez visto lo antedicho sé humilde y realmente compasivo, extiende sin miedo lo evidente. La salida a todo este doloroso embrollo no se encuentra en un futuro; es justamente aquí y ahora, al aceptar que el sistema de pensamiento del ego es siempre ignorancia, ya que un punto de vista sesgado no puede abarcar la totalidad y, como no se siente completo, sufre. Por tanto, cuando alguien piensa, desea y espera que los demás piensen de uno como ese uno quiere que piensen de él, en ese vano egoísmo, acaba siempre topándose con el sufrimiento. Y, cada cual que está aferrado a esa manera de pensar, pivota entorno a un ombliguismo absurdo de nefastas consecuencias para la armonía de la relación, al desviarla de su propósito puro y liberador. Porque, en el despropósito del ego, uno imagina saber lo que están pensando los demás desde un olvido de la propia esencia indivisa. Así que sencillamente hay que soltar las imágenes que uno proyecta sobre el mundo, surgidas de la propia imaginación limitada y limitante, e ir más allá de ella. ¡Despierta! Abandona el apego y no caigas en la tentación de fabricar un yo de especial índole. Vacíate de todo ese imaginario, ignora todo eso quedándote totalmente presente en el presente; no lo dejes para un después que nunca llega, y volverás al conocimiento. Simple. Vaciándote de lo personal, lo universal ya está ahí. Y, en lo universal, no hay sesgo que tensione nada; el fin del sufrimiento es el retorno a lo real: el Amor, la Bienaventuranza Eterna y la Plenitud.   Namasté.

KHAAM-EL



Vacíate de lo vaciable y quedará lo pleno.
Destruye el apego y serás libre del sufrimiento.
Despierta y no te engañes con las ilusiones del mundo.
Comparte ahora, humilde y compasivamente, la luz del Ser.






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