Llamar a las puertas del Reino de los Cielos obliga a darle la espalda a la mundanidad. Entonces, maravillado, se las descubre siempre abiertas. Al igual que toda cerradura se fabrica con su llave, lo finito tiene inevitable maridaje con lo infinito. Por lo que lo ilusorio y mudable, imaginado en lo real e indiviso, desvaneciéndose en su nada, regresa en un instante, en una santa decisión en favor de la unicidad (Amor), a la plena realidad misma.
Nada hay, pues, misterioso que aquí y ahora, en su esencia intemporal, no sea desvelado y enseñado con gran sencillez: la vida es del Espíritu, del Amor; nunca de la carne ni del egoísmo. Vivenciar esto, transmitirlo tanto de palabra como con silencios, pero sobre todo mediante hechos valientes y determinados, conduce al final de la senda bien caminada y aprendida, y a entrar justo ahora, precisamente aquí, en Él. Trascendiendo el mundo, definitivamente, en perfecta paz y sagrada plenitud eterna.
KHAAM-EL
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