Prácticamente sin advertir suceden milagros todos los días, a cualquier hora, en circunstancias cotidianas y en los lugares más normales. Los signos del Cielo, sencillos pero sorpresivamente sincrónicos y hondamente transformadores, abundan más de lo creído; pero suelen pasar desapercibidos, o sumamente minimizados y desacreditados, por la somnolencia de una humanidad hipnotizada con asuntos y eventos de mundana índole. Tristemente, se confunde lo intrascendente con lo importante e ignora lo esencial en favor de lo superficial.
Se duele el mundo de sus límites, mas tiende a endiosarse arrogante en sus consignas y planes con ciega mirada, imaginándola visionaria. Una estatua de oro con pies de barro por imponente que se muestre a la primera sacudida se viene abajo, de igual manera todos los entramados que el elucubrar mundano idea olvidando lo espiritual y santo, se derrumban en un pestañeo cuando menos se espera.
Lo milagroso, sin embargo, nos acompaña fielmente en cuanto abandonamos el vano empeño de hacerlo todo con nuestras fuerzas personales y permitimos, felizmente confiados, que sea la Divina Providencia la que se encargue por completo de lo que hemos de decir o callar, a quien ver o a donde ir... la vida se reconoce entonces Vida, lo eterno resplandece cohesionando la forma en un propósito renovado de bendición universal y se nos muestra -con sorprendente e incuestionable claridad- una unicidad que ningún cuerpo u objeto pueden resquebrajar; pues la Vida, la eterna, plena y bienaventurada, es del Espíritu de DIOS y en Él comulgamos todos lo admitamos o no.
KHAAM-EL
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