domingo, 1 de octubre de 2023

EL AMOR DE DIOS NOS INSTA A COMPARTIR DE CORAZÓN CON QUIEN NECESITA DE CORAZÓN

    El siguiente escrito puede que levante suspicacias, genere cierta incomodidad o incluso rechazo, pero difundir lo nuclear de la verdadera espiritualidad no es tarea cómoda en un mundo acomodado y autocomplaciente. De cierto, el mensaje del Corazón es exigente y frugal para con los voraces apetitos carnales e intelectuales; esperar aplauso general por su transmisión, por tanto, además de vano, es pueril. La humildad nunca hará buenas migas con la arrogancia que el ego mal disimula o, inclusive, directamente pavonea. Por eso, muchos últimos del mundo son primeros en lo esencial y muchos primeros del mundo, sin embargo, son zagueros en lo sustancial, como ya nos señaló Jesucristo al final de su parábola del propietario y los jornaleros: «Él (el propietario de la hacienda -el Reino de los Cielos, Cristo-) le replicó a uno de ellos: ‘Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener envidia porque yo soy bueno?’ Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos». (Mateo 20, 13-16).
    Hace unos días (la tarde del viernes 29 de septiembre de 2023, para ser más concreto), estaba sentado en la terraza de una cafetería del centro de Valencia, charlando agradablemente con mi mujer y una amiga de ambos, cuando quedando poco para levantarnos y regresar "cada mochuelo a su olivo", dando un paseo en la templada noche que ya principiaba a asomar, nos abordó de repente educada pero abruptamente un mendigo, que requiriendo de nuestra caridad encarecidamente rogó le compráramos su cena, pues no tenía suficiente con qué pagarla; era alto y enteco, de mediana edad, desgarbado, con lentes de considerable graduación, de escaso pelo coronando su cabeza y ataviado con evidente desaliño, junto a ese casi palpable olor acre, tan tristemente común en aquellos que olvidados por el común viven sin techo fijo que les cobije del candente sol del mediodía o de la fría intemperie de la madrugada, pero dotado de un 'no sé qué' digno, conforme y amigable, que inspiraba a la vez respeto y confianza. Sin dudar, los tres le dijimos cuasi al unísono que sí. Fui con él dentro de la cafetería, indicándole escogiera lo que quisiera cenar. Una vez elegido y pedido el condumio, mientras esperábamos lo sirvieran, me contó agradecido que antes que nosotros había solicitado la misma ayuda a treinta personas, recibiendo frías y negativas respuestas, algunas de ellas incluso despreciativas (-las iba contando y, oiga, ¡tengo buena memoria! Exclamó con triste franqueza), y que por su condición nadie le ofrecía empleo.
    En esas, nos preguntamos los nombres y, según le refería el mío, me dijo que justo ese día era el día de su santo, pues se llamaba Miguel y estábamos en el día que el santoral celebra a los arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel. Lo felicité, y le propuse añadir a su cena una suculenta y vistosa rosca glaseada de fresa por su onomástica, a lo que sonriente comentó que cuando escogió la cena había visto justo esa rosca con agrado, pero que no se atrevió pedirla por considerarlo un exceso y una desconsideración hacia nosotros. Muy contento, me bendijo y bendijo también a mi mujer y a nuestra amiga, citó las bondades de los Arcángeles, cosa que me recordó una bella oración de la infancia perdida en los recovecos de la memoria: "Arcángel san Miguel a mi derecha, arcángel san Gabriel a mi izquierda, arcángel san Rafael a mis espaldas, para que con sus alas me cubran de todo mal; arcángel san Uriel al frente de mí, para abrirme los caminos; y sobre mí, la gloria del Universo Celestial". Sentí liviandad. Una paz jubilosa y profunda me desbordó en cuanto reconocí la luz y bondad de su alma. Se removió y conmovió mi animo, abriéndoseme el corazón como una flor al amanecer, como los felices brazos extendidos que reciben un cálido abrazo al abrazar a su vez cálidamente, como las puertas de un rebosante salón celestial que convida al que dice sí a la Voluntad de DIOS («En verdad os digo que cuando lo hicisteis por uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis». Mateo 25, 40). El milagro sucedía en mí. Al dar de corazón recibía más de lo dado. El mendigo se convirtió en nuestro salvador, en nuestro amigo, en nuestro hermano, en Cristo presente. Fue un regalo de la Providencia para los tres.
    El mundo, y nosotros con él, tiende a ser mezquino y orgulloso. Tenemos ojos y oídos para ver y escuchar, y las más de las veces no vemos ni atendemos al menesteroso, cuando al ayudarlo nos ayudmos. Ese hermano necesitado que aparece ante nosotros, nos recuerda que todos estamos necesitados del Amor de DIOS VIVO; siendo una oportunidad bendita, nunca una molestia. ¡Treinta y una veces tuvo nuestro hermano Miguel que pedir a diferentes transeúntes le pagarán una simple cena para no pasar la noche con el estómago vacío! Hemos de meditar profundamente que sociedad somos, si de veras ésta es solidaria, resiliente y justa como pregonamos y presumimos, mientras no nos inmuta dejar venir a desesperados indocumentados de otros países que, en su inocente ignorancia, lucran a mafias que los engañan y estafan entretanto arriesgan sus vidas en pateras o atravesando con lo puesto millares de kilómetros, y diciendo acogerles y ayudarles no colaboramos realmente por solucionar el problema en origen, o, lo que es lo mismo, no ayudando a que las economías de esos países prosperen obviando como se malbarata el trabajo humilde y honrado, según se les quita la riqueza de sus tierras mediante codiciosas multinacionales, triquiñuelas politiqueras y usuras bancarias que abusan con taimado ocultismo revestido de blanqueada buena prensa. Sencilla y trágicamente, los dejamos abandonados en las calles sin oficio ni beneficio junto a otros paisanos que igualmente, por pobres, despreciamos: «si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos» y «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia!» Mateo 5, 20 y Mateo 23, 27.

KHAAM-EL


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