Como la hiedra irrumpe la piedra, el ansia acomete al alma. No estar vigilantes a la feroz feracidad de esa egoica avidez, que olvida el Bien común centrándose únicamente en el propio, y no atajar de raíz su asomo, acaba por tapar primero, agrietar después y romper por último, el sostén que aglutinaba el alma en una coherente, firme y amable unidad. Fragmentándola en contradicciones, falsías y enconos de dolorosa y terrible confusión, que dañan tanto al Bien común como, ulteriormente, al tan ansiado y supuesto bien propio. Porque cualquier ansia exige para su cumplimiento, sumisión. Y todo deseo convulso destruye la libertad de decisión con el imperio de su satisfacción, que anula la libertad del otro, procurando el triunfo de la -ya perdida- propia.
KHAAM-EL
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