En este mundo todo es un 'encaminarse a'. Por tanto, no hay en él nada que pueda considerarse como destino por más que ansiemos y nos esforcemos en conseguir que nuestras actividades personales obtengan algo perdurable. Consecuentemente, pues, en última instancia estamos destinados a lo inmaterial y eterno, nunca a algo o alguien corpóreo y caduco, ya que en lo más hondo del alma hay una aspiración, sutil, pero indeleble, de Consumación y Plenitud, que sólo puede manifestarse en un ámbito no mundano e intemporal como acabamos de ver.
Una vez lo antedicho es asimilado y aceptado, todas las búsquedas mundanas acaban, vivenciado una conversión de inusitado alumbre que lo culposo desvanece, sanando, alegrando y bendiciendo el ánimo triste, agotado y resentido, mostrando una segura vía de trascendencia que ocupa el resto de vida que a uno le quede desde la alborada de tan señalada comprensión espiritual.
Nada hay que lograr ni a nadie hay que demostrarle consecución alguna. Cada acción trae una repercusión según sea la reacción y el juicio de ella emitido. En lo más profundo uno siente a DIOS de veras, o no lo siente. Así de simple y así de directo a la conciencia de cada cual. Con DIOS hay Amor auténtico, como el que enseñó Jesús de Nazaret, que no se corresponde con el significado que el mundo le da y le supone.
Amar es dar alas a quien cree que su destino es arrastrarse a ras del fango; liberar viviendo en libertad; emancipar al que se siente aplastado por los poderíos del mundo con el yugo llevadero y la carga ligera de seguir 'el Camino, la Verdad y la Vida', donde cada cual toma su cruz y no se la quiere endosar al vecino, aceptando las consecuencias de su vida como propias sin acusar o difamar al de al lado; afrontar la adversidad con fe, alentando al que desfallece; vivir en paz y dejar en paz, ayudando a quien sincero lo pide, abriendo a quien anhelante llama, ofreciendo lo eterno e inmaterial a quien busca de veras la Verdad; perdonar y saberse perdonados por el Amor de DIOS, no imponiendo cargas y reproches que impidan vivir el presente con el prójimo con memorias interpretadas por un 'yo' antiguo e inexistente; estar atento a lo esencial, a la vez que se abandona el apego a dispersarse con lo banal; no anteponer dioses a DIOS, es decir no darle más crédito a las cosas, saberes, riquezas y cuidados del mundo que a los de lo Santo, Bienaventurado y Eterno... Y al final del camino: la LUZ INEFABLE DE LA DIVINA UNICIDAD.
KHAAM-EL
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