viernes, 19 de noviembre de 2021

EL REINO DE DIOS NO ES DE ESTE MUNDO

    
En este mundo todo es un
'encaminarse a'. Por tanto, no hay en él nada que pueda considerarse como destino por más que ansiemos y nos esforcemos en conseguir que nuestras actividades personales obtengan algo perdurable. Consecuentemente, pues, en última instancia estamos destinados a lo inmaterial y eterno, nunca a algo o alguien corpóreo y caduco, ya que en lo más hondo del alma hay una aspiración, sutil, pero indeleble, de Consumación y Plenitud, que sólo puede manifestarse en un ámbito no mundano e intemporal como acabamos de ver.
    Una vez lo antedicho es asimilado y aceptado, todas las búsquedas mundanas acaban, vivenciado una conversión de inusitado alumbre que lo culposo desvanece, sanando, alegrando y bendiciendo el ánimo triste, agotado y resentido, mostrando una segura vía de trascendencia que ocupa el resto de vida que a uno le quede desde la alborada de tan señalada comprensión espiritual.
    Nada hay que lograr ni a nadie hay que demostrarle consecución alguna. Cada acción trae una repercusión según sea la reacción y el juicio de ella emitido. En lo más profundo uno siente a DIOS de veras, o no lo siente. Así de simple y así de directo a la conciencia de cada cual. Con DIOS hay Amor auténtico, como el que enseñó Jesús de Nazaret, que no se corresponde con el significado que el mundo le da y le supone.
    Amar es dar alas a quien cree que su destino es arrastrarse a ras del fango; liberar viviendo en libertad; emancipar al que se siente aplastado por los poderíos del mundo con el yugo llevadero y la carga ligera de seguir 'el Camino, la Verdad y la Vida', donde cada cual toma su cruz y no se la quiere endosar al vecino, aceptando las consecuencias de su vida como propias sin acusar o difamar al de al lado; afrontar la adversidad con fe, alentando al que desfallece; vivir en paz y dejar en paz, ayudando a quien sincero lo pide, abriendo a quien anhelante llama, ofreciendo lo eterno e inmaterial a quien busca de veras la Verdad; perdonar y saberse perdonados por el Amor de DIOS, no imponiendo cargas y reproches que impidan vivir el presente con el prójimo con memorias interpretadas por un 'yo' antiguo e inexistente; estar atento a lo esencial, a la vez que se abandona el apego a dispersarse con lo banal; no anteponer dioses a DIOS, es decir no darle más crédito a las cosas, saberes, riquezas y cuidados del mundo que a los de lo Santo, Bienaventurado y Eterno... Y al final del camino: la LUZ INEFABLE DE LA DIVINA UNICIDAD.

KHAAM-EL


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