Comparto un magnífico soneto, de autor anónimo del siglo XIX, en el que con sagaz ironía expresa cómo el Espíritu alienta, nutre y sustenta a todas las criaturas, a la vida toda, más allá del mero mecanicismo del cuerpo que la reducida visión materialista supone:
"Yo tengo un perro, si mi humor es triste,
llega y me halaga, y a mis pies se tiende,
me brinca y juega y mi alegría entiende
si gozosa expresión mi faz reviste.
Como nocturno centinela asiste
en mi tranquilo hogar, y lo defiende,
y si de alguno el ademán me ofende
ládrale ronco y con furor le embiste.
En diferente voz me advierte o llama,
y si es preciso, por mi bien se inmola
este perro, este amigo que me ama.
Doctor, os hago una pregunta sola:
si Espíritu no tiene que le inflama,
¿me quiere con el lomo o con la cola?"
Verdaderamente, no tiene desperdicio este poema; con humor nos invita a profundizar en lo esencial y no quedarnos en lo superficial: a ser un poco más humildes y agradecidos, a ver lo maravilloso del amor en lo cotidiano y sencillo, reconociéndolo en una criatura considerada, muchas veces presuntuosamente, por debajo de lo humano.
KHAAM-EL
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