Como humano, ante el feroz despropósito de los dirigentes político/económicos de uno u otro bloque de intereses contrapuestos, que rivalizan entre sí por imponer sus avarientas, miopes y aviesas intenciones de control mundial, me acongoja el alma y rompe el corazón observar nuestro zoquete comportamiento gregario que, paradójicamente, nos aleja y disgrega a los unos de los unos en lo esencial y pleno, por la amorfa frialdad, distanciamiento e indolencia de las gentes respecto a los acontecimientos que nos ha tocado vivir.
Centradas, la gran mayoría de éstas, la masa aborregada, en un personal cortoplacismo que ignora al empobrecido, desvalido o angustiado; descalifica al que no sigue la corriente oficial de pensamiento aunque no la comparta o incluso le repugne, para evitarse problemas con el envilecido y degenerado sistema gubernativo; se escabulle de responsabilidades en cuanto puede con múltiples excusas o reproches, desviando la obligación a otros; acredita y acepta sin reflexión alguna lo que medios de comunicación, redes sociales y foros de opinión, manipulados y manipuladores, repiten sin cesar, suponiéndose, petulante y ufana, entre tanta estudiada desinformación, correctamente informada; busca especial confort, riquezas, fama, placer y propia seguridad sin pensar, un apenas siquiera, si su acomodaticia actitud perjudica a otros; y, lo más triste de todo, adormecidos en tan tremenda displicencia, el común de la humanidad próspera y acomodada se cree, torpe y mezquinamente, víctima inmaculada de crueles verdugos, evitando recapacitar sino será, en más de un aspecto, no tanto impoluta víctima como tibio cómplice de los viles, por propia omisión o dejación.
Recapacitemos, tomemos consciencia de ruines pensamientos egoicos que, agazapados en el fondo de la mente, nos perjudican y dañan en nombre de beneficiarnos y cuidarnos; no los validemos ni un segundo más, y, con valentía y aplomo, amemos de verdad amándonos a nosotros mismos y al prójimo como el Amor de DIOS ama (incondicionalmente), o, cobárdemente, pereceremos por temor a no reconocer, desenraizar y pulverizar nuestro particular temor, que se aparta, ataca y acusa para no asumir su responsabilidad relacional.
Dicho esto, invito a profundizar y meditar la siguiente reflexión de Juan Calero, escritor del siglo XIX, prácticamente desconocido ahora, expresada en el breve fragmento que sigue, extraído de su artículo 'Los parásitos de la humanidad':
"(...) debemos trabajar cada uno según sus fuerzas y sus conocimientos, y si sembramos en piedra dura y la semilla resbala, nunca faltará alguna hendidura que conserve el grano.
Los ricos de oro, no deben nunca olvidar que hay pobres que se mueren de hambre y de frío, y los ricos de entendimiento son avaros endurecidos sino difunden a torrentes la luz de su trabajada y laboriosa inteligencia."
KHAAM-EL
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