Lo esencial o superficial nunca son las palabras, pero sí aquello a lo que éstas apuntan, a lo que éstas nombran, a lo que éstas sugieren, a lo que éstas -para bien o para mal- posibilitan. Las palabras, sí (no las subestimemos), en un mundo que las emplea y valora, según de dónde broten o se escuchen, tienen poder: unen o separan, extienden o restringen, aclaran u opacan, advierten o engañan, liberan o aprisionan, instruyen o desinforman, indagan u omiten, perdonan o condenan, afirman o deniegan, fortalecen o debilitan, conducen u obstruyen, valoran o desdeñan, corroboran o mienten... Y todo esto, y más, siempre en relación con el prójimo, siempre en coexistencia con los demás, siempre derivado de una identificación mutua ya sea ésta positiva, negativa o neutra. Pues, como bien nos dice Álvaro Pombo: "El
lenguaje es una identidad, en este momento lo es para ti y para mí.
Hablamos la misma lengua. Pero, a la vez que una identidad, el
lenguaje es un 'ser con', una comunicación".
De lo anterior deducimos lo importante de meditar, reconocer y renunciar a las razones egoicas que en la relación expresaban lo que desune y banaliza; para así, tomando conciencia de dónde brotan nuestras palabras, despertar a la plenitud de nuestro auténtico Ser y permitir que todas ellas surjan de lo más silente y ecuánime, de lo genuinamente vivo, real, eterno e indubitable, y transmitan sólo desde un ámbito de auténtica Paz, Veracidad y Amor, en el que las palabras deshacen palabras y la interacción personal se abre a lo impersonal, espiritual y en comunión (relación santa). Porque, tengámoslo muy presente, sólo puede darse eso que en el interior hay; y eso que desde lo hondo se da, eso mismo se recibe... ahora, conociendo y viviendo en el infinito Amor de DIOS, el falaz discurso mundano no puede dañarnos, tentarnos, apesadumbrarnos, avergonzarnos, enojarnos u ofendernos... ¡Somos, en verdad, libres!
KHAAM-EL
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