Se alza el telón, la obra comienza, lo ilusorio seduce, atrapa y sutilmente domeña. El actor o actriz se mete en su personaje hasta creerse él o ella. Un carrusel de ideas, situaciones y emociones se multiplican... Cae el telón y la ilusión, sí o sí, termina. Mas la realidad de los actores y de todo siempre estuvo presente, envolviendo a actores y escenario durante toda la actuación.
Parejamente, quedar atrapado en lo aparente e irreal es una cuestión de limitada y apegada identificación (consciencia egoica, cuerpo, división) con los personajes e historias contemplados en aquello que acontece en el mundo (el escenario, el drama), propiciando una montaña rusa de emociones (nacimiento, ambición, miedo, euforia, ira, tristeza, codicia, contento, enfermedad, deseo, indiferencia, vergüenza, soledad, orgullo, rechazo, muerte...) que, por su impredecible variabilidad, preocupan y desconciertan al así identificado; mientras que una perspicaz atención, inclusiva de uno mismo y de lo que abarca al universo todo (espacio infinito, Consciencia Universal, Espíritu, Amor), desapega del magnético y distractor influjo limitativo, separador e identificativo, eximiendo plenamente del temporal engaño al que de tal manera contempla y discierne durante la representación misma del tiempo/forma, viviendo y obrando así justo aquí y ahora (libre de la montaña rusa emocional) para el común despertar del drama, el término del sufrimiento y la vuelta al Amor de los actores que con él soñaban el mundo, sea cual fuere la escena que se esté desarrollando.
KHAAM-EL
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