Desde tiempos de Moisés el 'Libelo de repudio' o 'Carta de divorcio' sólo podía llevarlo a efecto el hombre contra su mujer (no a la inversa), mediante un documento escrito por él dándole la libertad de estar sujeta a su cuidado, y tras el cual ésta quedaba libre de regresar a casa de sus padres o de contraer nuevo matrimonio con otro, a excepción de su primer marido (Deuteronomio 24, 1-4). Más, en tiempos de Jesús de Nazaret, cualquier motivo que el varón considerada a sus ojos suficiente u oportuno -y no los estipulados por la Sagrada Ley de DIOS- servía para justificar su aplicación, por lo que fingiendo hipócritamente cumplirla pervertían el espíritu de la Sagrada Letra dada.
Vemos, pues, como Jesús sabía que esta ley se empleaba egoísta y malévolamente, ya que tan sólo los varones podían decidir y llevar a cabo el repudio o divorcio, y para quienes sólo representaba una renuncia económica, puesto que a ellos no se les restituía el precio pagado a los padres de la novia por el enlace, por lo que los adinerados y muchos doctores de la Ley y fariseos usaban esta Ley al antojo y ardid de su concupiscencia o interés, y aparentando virtud eran libidinosos, pareciendo justos obraban injustamente y fingiendo seguir la Ley y los profetas adulteraban el significado esencial de la letra para seguir sus propias leyes, como muchas veces a lo largo de su ministerio les reconvino Cristo Jesús: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a sepulcros blanqueados, que por fuera aparecen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda podredumbre! Así también vosotros por fuera os mostráis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad. (Mateo 23, 27-28)".
Por lo antedicho, el pasaje de Mateo 5, 27-32 ha de ser leído con mente abierta y corazón bondadoso, teniendo muy en cuenta el contexto de la época en que aconteció y los ocultos motivos egoístas que, como hemos visto, muchos privilegiados sobre el común usaban y abusaban en perjuicio de la mujer, y que con valiente y santo celo Jesús el Cristo denunció, para evitar caer en dañinos juicios de valor con el divorcio actual (garantista del derecho de ambos cónyuges, sin menoscabo del otro), y por tanto no acusar, chismorrear o apartar de círculos sociales o comunidades espirituales a aquellos que, al ser entre los cónyuges la convivencia imposible por diversos motivos o errores, hayan tenido que separarse para la reconducción y crecimiento espiritual de ambos, procurando que ninguno de ellos o los hijos que tuvieren quede desamparado o en injusta desventaja, y, tras profundos cambios en el corazón obrados por el Señor, se hayan casado de nuevo -aun por lo civil- por amor y fervor a DIOS VIVO que los une en carne indivisa de honda convicción, en pueblo santo, y no en superficial amalgama de ritos huecos que se lucran fingiendo unir y bendecir lo que DIOS, viendo en lo profundo las intenciones mundanas de los corazones, no unió ni bendijo ("¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Qué incomprensibles son sus juicios y qué inescrutables sus caminos! Pues ¿quién conoció los designios del Señor?, o ¿quién llegó a ser su consejero? Romanos 11, 33-34"). Y a su vez, mostrándonos con diáfana claridad que el Espíritu vivificador de toda Palabra viene de DIOS y no de torticeras interpretaciones humanas, Jesús, Su Ungido, nos exhorta a tener muy presentes que el adulterio no sólo se comete cuando se consuma en la carne, sino que es una lacra del corazón, una tara del alma, que, aun abrigado lujuriosamente en lo secreto, ensucia a quien lo alberga interfiriendo de manera superficialmente invisible en las relaciones, emponzoñándolas.
KHAAM-EL

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