La Luz del Alma, ensombrecida con los nubarrones del egoísmo,
derrama aguaceros de lágrimas, descarga rayos de desatada vehemencia
y grita truenos de amarga desesperanza.
Desaforada, la maldad anega el Bien en un lodazal de miserable vileza.
Se justifica con hipócrita disimulo la codicia
mientras la generosidad fraterna es difamada con falsías y malignas tretas.
El propio placer y confort es buscado por encima del bienestar de todos.
Entronizada la carne y mancillado el Espíritu,
del ayer ya no se aprende y del mañana todo preocupa e inquieta.
El presente ya no se vive como un presente providente,
sino como un castigo, como una carga, como un sindiós.
Ser coherente es juzgado incoherente y el capricho rige como precepto.
Bendecir a los hermanos y alabar a DIOS VIVO ante asambleas y grupos
troca en cruento y doloroso escarnio,
perpetrado por quienes se aferran a cargos y privilegios.
Disfrazados de ilustres ladran y dentellean bandas de malhechores,
como perros rabiosos rodeando y acosando a la inocencia,
al amor, a la verdad y a la vida.
Reparten y sortean entre sí las vestiduras, los bienes y el buen nombre
del limpio de corazón; hasta, maltratado y humillado,
hacerlo desfallecer con la boca reseca y el corazón roto.
Asesinado por nada, acusado de todo.
De la noche oscura de tres funestos días,
la cruz -al alba del tercero- se hizo Luz.
El abandonado y despreciado del mundo, grato a la mirada de DIOS,
resucita de la muerte; y, enaltecido ante la humanidad toda,
fue, es y será por siempre acogido con gloria en el Cielo.
De su estirpe espiritual, de los benditos que cumplen su amorosa ley
(la sagrada y salvífica 'regla de oro',
que insta a hacer por los demás aquello que uno querría hicieran por él),
y de todos aquellos que perseverando seguros del Divino amparo
atraviesan incluso el mayor de los desamparos terrenos,
surge una nueva manera de vivir que vence al mundo y a la muerte.
KHAAM-EL
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