Aceptar sin rencor ni miedo el mal o infortunio ocurridos, y laborar fraterna, consciente y valientemente para que no se repita o desconsuele, nos encamina allende las frágiles hechuras de este mundo caduco: directos al infinito ámbito del Espíritu, al núcleo inconmensurable de lo Divino, a la Verdad que nos libera del divisor endiosamiento del cuerpo promoviendo la comunión espiritual. Porque actuar así, acalla de inmediato toda la egoica verborrea que jactanciosa pretendía justificar lo injustificable, dotando al alma de una calma y comprensión clarividentes, reconfortando el ánimo con un incomparable amor, e insuflando una inspirada intrepidez y un invaluable gozo de una sutileza sin precedentes. El silencio interior traspasa la cacofonía exterior como un águila las nubes. La Voz del Santo Espíritu se hace evidente y Su luminosa guía: clara y segura. Ahora, no hay impedimento que restrinja el alma, ni fatal desespero que se aloje en el corazón mientras transitamos por el mundo como peregrinos llenos de caritativo amor y gracia. Todos los ángeles del Cielo junto a los seres queridos que ya de este mundo partieron, nos acompañan, ayudan y alientan a perseverar en la sagrada senda, que el Santo de los santos traza para que lleguemos felices y salvos a nuestro inefable Destino de Plenitud y Vida Eterna en el incondicional Corazón de DIOS.
KHAAM-EL
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