Comprender que querer ser visto, valorado, reconocido o apreciado a toda costa significa considerarse ciertamente ignorado y despreciado de continuo, posibilita mirar con franqueza la íntima consciencia y constatar una dañina autocondena derivada de prejuicios condicionados por comparaciones egoicas que compiten y combaten con el prójimo.
Atravesar la intensidad de no exigir reconocimiento, aceptando un segundo plano que no envidia ni desea sobresalir, ofrece una bienaventuranza inesperada, una dicha, paz y amor incontenibles que deshacen el ego revelando sin óbice nuestra inmortal esencia en comunión con la vida; trascendiendo tiempos, lugares y cuerpos. Por eso, cuando no seguimos el impulso egoico -que trata siempre de ser visto como especial- y no cedemos ante la incomodidad surgida de su pequeñez soñadora de grandiosidades, reconocemos -sí o sí- que la solución óptima y definitiva a semejante situación nunca tuvo que ver con la obtención de particulares exigencias, sino que es muchísimo más sencilla, simple y obvia: en la invisibilidad personal, en la humildad amigable y generosa, se hace visible la plenitud de ser inseparables del Infinito Amor de DIOS.
KHAAM-EL
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