A la luz, quien tiene ojos para ver, ve. Pero, sólo ver no basta para comprender y conocer lo visto, no es suficiente para que este ver superficial y rutinario sea la Luz de la Consciencia, la Luz del mundo que Jesús de Nazaret nos llamó a ser, y que no tiene parte con la engreída erudición de competitivos cocientes intelectuales altos afanados por descollar o con las llamativas, huecas, ufanas y sobrevaloradas memorias reiterativas de datos sin asimilar -como si de simples loros se tratara-. Para ello, hay que tener no sólo humanas entendederas sino también honesta disposición a penetrar en lo que nos une con lo visto o notado, a mirar o notar al propio veedor o advertidor junto con lo por él observado y advertido, a ahondar en la relación que el objetivo percibir tiene con nuestro subjetivo sentir para, merced a un morir a lo personal mediante el cual poder renacer a lo universal, ir descubriendo ámbitos no circunscritos meramente al egoico vivir. Encontrando, así, una nueva manera de relacionarnos los unos con los unos, genuinamente fraterna, que sea cuerpo en acción bondadosa; obra manifiesta de lo sutil y espiritual en lo concreto y corpóreo; nunca una evasiva, tibia y pusilánime actitud ante las injusticias humanas sino una responsable, generosa y valiente en nombre del Amor y la Verdad, en nombre de DIOS y su Hijo, que en todos nosotros vive, que en todos nosotros es nuestra vera naturaleza santa, eterna y bienaventurada.
KHAAM-EL
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