Descubrir la fragilidad del ego, tras sus arrogancias y falaces presunciones de distractora argucia, renunciar a él, y abrirse agradecidos a la insospechada maravilla de la Providencia Divina, aposenta la fortaleza del Espíritu.
Nada pues hay que temer, y nada hay que programar o calcular en la vida humana, para que la Verdad alboree desde lo más hondo del corazón, desde lo más profundo de la mente sosegada y silente, desde lo más humilde e innato, hasta la gloria de DIOS VIVO. Permitiéndonos, tal disposición, transitar por el mundo con ánimo amoroso, confiado y jovial: la carne y su limitado tiempo nunca ha sido, ni será, nuestro verdadero ser; el Alma en eterna y Divina Unicidad, sí.
KHAAM-EL
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