Cualesquier laberinto observado desde afuera -por intrincado que sea su trazado- revela sin impedimento alguno, mediante una mirada directa, serena y paciente, el seguro camino a seguir de la entrada a la salida. Miremos de igual manera el mundo y, definitivamente, en la claridad de lo obvio, rebosando de júbilo dejaremos atrás la confusión, el pesar y el miedo que nos atenazaban al sentirnos extraviados entre los innumerables callejones, tortuosos y algunos sin salida, que las circunstancias mundanas plantean al cuerpo/intelecto, que no al alma libre de corpóreas identificaciones. Alcémonos, por tanto, consecuentes y sin estériles dilaciones, allende los muros del complicado razonar del ego y veámoslo todo con amplia, simple y desapegada mirada. Cualquier nocturno sueño se disipa al amanecer con la vigilia y toda ilusión egoica (por colosal y monolítica que se perciba) se desvanece igualmente, como humo en la atmósfera, ante la inevitable realidad infinita del Espíritu (somos como la atmósfera: ilimitados. No cuerpos e intelectos que se consumen y esfuman).
KHAAM-EL
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