jueves, 6 de abril de 2023

LA LUZ DEL JUEVES SANTO

 
   "Cuando llegó la hora, Jesús, se sentó a la mesa, y con él los apóstoles, y les dijo: 
   -Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que nunca más volveré a comerla hasta que se cumpla en el reino de Dios.
   Y, habiendo tomado una copa, después de pronunciar la acción de gracias, dijo: 
   -Tomad esto y repartidlo entre vosotros; porque os digo que de ahora en adelante no beberé del fruto de la vid, hasta que venga el reino de Dios.
   Y, habiendo tomado pan, después de haber dado gracias, lo partió, y les dio, diciendo: 
  -Esto es mi cuerpo que por vosotros es dado; haced esto en memoria mía. 
   De la misma manera tomó la copa después de haber cenado, diciendo: 
 -Esta copa es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros."
Lucas 22, 14-20
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   A la luz del Jueves Santo, contemplemos y aprendamos de la desprendida y genuina acción santificante realizada por Jesús de Nazaret, por ese darse suyo hasta el final, padeciendo una aparente derrota mediante la cual, humilde y rebosante de fe en el Infinito Amor de DIOS, triunfa sobre la acomodaticia tibieza del mundo, atravesando la incomprensión, el desprecio y la angustia de muerte en la cruz con la que los poderes mundanos, en su ciego egoísmo, le paga su Amor... Meditemos en la acción viva que representa la cena pascual compartida por él con los más cercanos (incluido el que lo iba a traicionar)... Ahondemos en cómo nos muestra la fraternidad y entrega de la vida plena del espíritu... Profundicemos en lo substancial. Despertemos del tentador sueño egoico. Vivamos en la hermandad universal de la filiación divina, para resucitar del imperio de la carne y de la muerte.
   No rehuyamos los embates y padecimientos del mundo; perseveremos en los días de la tribulación, confiando con paciencia, mansedumbre y generosidad de ánimo, en la paz de Espíritu.
    Renunciando a los éxitos y placeres mundanos nos desapegamos de la molicie del sensorial disfrute que infructuosamente quiere ocultar el horror de lo mortal, esa atroz oquedad de lo temporal respecto a lo eterno. Siguiendo los pasos de Cristo ("Camino, Verdad y Vida") ya no puede haber pérdida, pues todo aquello que el mundo adora se nos muestra tal y como en verdad es: algo sumamente arrogante y banal, grotesco e insignificante.
    Defender la propia imagen, que el tiempo cambia y aja, es perecer en su transitoriedad. Únicamente atravesando con luminosa consciencia las sombras de la muerte junto a todas las angustias colaterales que ésta conlleva, revestidos en Cristo, hallamos verdadera e inagotable vida, genuino gozo, auténtica y duradera paz. No nos apeguemos a evadir el sufrimiento con las cosas del mundo y atravesemos los sucesos día a día, mediante la oración, el perdón y la meditación ("a cada día le basta su afán"). Viviendo con compasión, sin significar al miedo, entregando la vida en un perpetuo presente de confianza plena, se resucita a la Verdad del Espíritu inmortal. La muerte no existe, salvo para el ego y su ídolo de carne y tiempo. Recordemos, apliquemos y transformémonos acogiendo en nuestros corazones las palabras que Cristo Jesús dirige a los apóstoles en Mateo 16, 24-26: "Entonces Jesús les dijo a los discípulos: si alguno quiere venir en pos de mí, tome su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿Pues de qué le servirá a uno ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿o qué podrá dar para recobrarla?".
   Que todos los días sean como el último; que todas las cenas sean la última cena; que todo encuentro sea pleno, santo y definitivo. Que el símbolo que nos muestra la festividad del Jueves Santo, en el que se nos muestra cómo relacionarnos entre nosotros (Cristo Jesús, lavó los pies a sus discípulos también esa última jornada suya en el mundo -Juan 13-, exhortándoles a comprender que el primero para el reino de los Cielos es todo aquel que sirve de corazón a su prójimo
 -nunca servirse de él- y que, a su vez, comparte con él tiempo, mesa y propósito de plenitud espiritual). Por esto, tengamos siempre presente, cuando nos reunamos con nuestro prójimo, que ese encuentro es un encuentro santo, una profundización en lo esencial, una invitación a la acción generosa y valiente, no un encuentro banal, de transacción o de mero entretenimiento, un compromiso de vida comprometida con el Amor, la Verdad y la Vida Eterna.
    Compartamos, pues, el pan y el vino; regocijémonos en la hermandad del Espíritu, mientras damos gracias por esa alianza nueva de comunión en el afán de extender el Amor de DIOS VIVO a esa humanidad confusa, sufriente, miedosa y desconsolada que gime frustrada llena de furia desesperanzada, para que mediante la fe y el perdón halle paz en el alma, claridad y consuelo con el que se reconforte su corazón, y vuelva a vivir agradecida a la Providencia (que salva por la dación de sí) aun en las situaciones más adversas; laborando por el bien de todos, y no del suyo o de unos pocos considerados especiales y aparte... ya que, en la claridad de vivir en la luz del perdón fraterno y en el consuelo de consolar con la alegría de la vida eterna, los milagros transforman al servidor -o discípulo- que se negó a sí mismo (abjurando del ego para renacer en/con/por Cristo) gracias a la plenitud del Amor que Jesús de Nazaret nos enseñó, demostró y compartió.
    Nuestro naturaleza verdadera, nuestra esencia, nuestra alma, es pura, santa y eterna, de la Luz y no de las tinieblas, del Bien y no del mal, del Amor y no del miedo ni del odio, de la Verdad y no de la mentira, de la Vida y no de la muerte; tal como DIOS MISMO la creó antes del tiempo y el espacio, antes del mundo y sus ilusiones vanas, antes de cualquier principio o final, antes de todo antes... en la perfecta Infinitud del Ser... Creador y creatura conviviendo en indisoluble comunión, en bienaventurada unicidad.

KHAAM-EL


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