Anexo a este escrito introductorio, pongo hoy un vídeo de una exposición en la que profundizo en la acción liberadora de entregar la propia voluntad a la salvadora Voluntad Divina. No hay mayor bien que ofrecerle a Dios nuestro vivir para que Él lo conduzca, por la intercesión de Su Santo Espíritu -que mora en lo más hondo de nuestro ser-, facilitando así que nuestra existencia pueda dar fruto de verdadera vida, plenitud y dicha eternas. No hay bendición más grande que arder en el fuego de la verdad para que toda ilusión y tentación se hagan cenizas y sólo quede la pureza esencial de la comunión con Dios. Por tanto, amigo/a, no rehuyas la benéfica acción de arder de puro Amor para que toda tiniebla sea atravesada y llegue, cuanto antes, la divina alborada de la unicidad; no escapes de la intensidad del deshacimiento de lo temporario con excusas de demoras pueriles (de los sueñecitos happy flowers) y permite que lo Infinito te infinite. La auténtica Happiness incluye flores y espinos, llanos y cuestas, noches y días, versos y prosas, tormentas y calmas, porque está al servicio del Amor, del despertar de la consciencia, de la hermandad en santidad de todos los Hijos de Dios, porque la experimenta todo aquel que entrega sus pequeñas y efímeras alegrías -que siempre acaban en llantos- para el retorno de la inacabable Alegría de lo santo a todos lo seres, a su prójimo amado; para el advenimiento de la iluminación de todos los que se soñaban atrapados en lo oscuro... y, eso, únicamente sucede cuando entregamos nuestras minúsculas e intrascendentes voluntades particulares a la Perfecta y Sabia Voluntad Divina. Atravesar de Su mano la noche oscura, acatando Su Santa Voluntad, nos garantiza el fin de la angustia del sueño de la muerte y nos trae el recuerdo indubitable de la Luz que arde bienaventurada por toda la eternidad en/con/para/por Dios, la Llama Inapagable, la Llama que no duele ni quema, la Llama que bendice y crea, el Espíritu, la Vida genuina y feliz.
Sí, se ha de aceptar, y reconocer, que todo lo personal es arrogancia, algo feo y grotesco, desconfiado y artero, pero que en su entrega al Altísimo, en el recorrerlo de Su mano, con humilde confianza, se encuentra toda la Luz... por consiguiente, la salvación proviene de un honesto y dispuesto: Oh, Dios, que se haga Tu Voluntad y no la mía.
Todo aquel que se entrega a la Voluntad de Dios, despierta feliz -tras atravesar la noche oscura del alma- en la Luz de Su Amor Infinito.
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