El tiempo irrumpe en los hechos y los convierte en eslabones de una cadena ininterrumpida de situaciones que pueden ser interpretadas según les parezca a los relativos posicionamientos de quienes las padecen o disfrutan; de quienes las escudriñan, tergiversan u olvidan; de quienes son, en definitiva, uno de esos eslabones influyendo en la influencia temporal. De tal suerte que ayudan a conformar un imaginario común que atrapa en una ilusión delirante tomada por auténtica, convulsionando y tentando a tomar partido entre 'nadas' pareciendo 'algos'. Sólo, como nos dijo Jesús de Nazaret, la verdad nos hará libres. Y la verdad, como las fuentes, de lo subterráneo emerge por un trascender la importancia que se le daba al propio 'yo en el mundo' respecto al otro 'tú en el mundo'. En un amar y orar por los que nos maldicen u odian; en un estar en el mundo sin ser de él; en un ver los intereses del prójimo tal como los de uno, inseparables, dignos de la plenitud, la paz y el amor. Entonces y sólo entonces, lo intemporal, la Inagotable Vida del Espíritu, resquebraja la cadena de egoicas interpretaciones a la que estábamos amarrados, elevándonos por encima de los dolorosos goces de un corporal endiosamiento. De súbito, como el relámpago y su atronadora rotundidad, las tinieblas de la decrepitud y de la muerte se disipan a la luz de nuestra existencia en la gloria de DIOS. Cataratas de gracia y perdón descienden como una cortina de agua bautismal para todo aquel que ya no quiera aferrarse a lo caduco como si fuera perenne. ¡Aleluya! ¡Bendiciones! ¡Es ya el tiempo de lo intemporal! Toda la tormentosa y maliciosa espiral que el tiempo entreteje -sin duda- acabará y todo el esplendor de lo santo, como antes del nebuloso espejismo de los siglos y de las épocas, en una esperanza consumada, aquí y ahora brilla.
KHAAM-EL
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