domingo, 3 de mayo de 2020

EL AMOR DE DIOS ES COMO EL DE UNA MADRE AMOROSA QUE NOS ALIENTA A AMAR A NUESTRO PRÓJIMO COMO UN HERMANO

   Dedicado, con gratitud, a todas las madres que con su Amor irreductible nos han hecho mirar hacia el ilimitado Amor de Dios; también a todos los padres, hermanos, amigos, conocidos, desconocidos, o posibles enemigos, a todos aquellos que comparten con nosotros momentos de Amor verdadero, sin condiciones, con alegría y coraje y que tenemos la fortuna de convivir; a todos los que se establecieron en lugares lejanos o vendrán a nuestros días; a los compañeros de viaje en este mundo transitorio que partieron y ahora nos ayudan, inspiran y bendicen desde el Cielo, desde la reEncontrada Plenitud del Ser, desde la Luz inapagable de la Divina Unicidad... al prójimo en general.

   Es inexcusable comprender cómo el sentido que el bienintencionado calcular y actuar mundano es ciertamente un colosal sinsentido en el que, por buscar con ligereza un supuesto interés común desde un ciego interés personal, la insatisfacción, la angustia y la desesperanza se extienden como la pólvora encendida, aburando todo aquello que encuentran a su paso. La búsqueda de ganancias fabrica las pérdidas, al igual que solucionar aparentes problemas con la misma manera de pensar que los fabricó, irremediablemente los aumenta. Una vez visto ésto, la mirada se amplía hasta cotas insospechadas para el pequeño y mezquino observar egoico; se pasa, con evidente satisfacción, gratitud y profunda paz, de lo formal/aparente a lo esencial/real, de los constructos de la mente a la mente en sí, del cuerpo al espíritu, del ego y el miedo a la unión del Amor. Hemos de ser humildes y generosos para poder rendir lo particular en favor de lo Universal; sin duda, lo egoísta debe declinar hasta su disolvencia para que alboree la plenitud del Ser, y pueda, de nuevo, ser vista en todo su esplendor la esencial unicidad de la vida... El Amor que compartimos en cualquier momento espacio/temporal pervive más allá de ese momento dado, eternizándonos y plenificándonos en su seno junto al amado, a la amada... ahora, vemos con claridad: somos inseparables de lo amado. Cuando aceptamos lo obvio como obvio, despertamos del doloroso sueño del ego; que es lo mismo que señalar que cuando desenmascaramos lo falso como falso, despertamos del doloroso sueño del ego. Sencillo, simple, evidente, la corrección únicamente puede aplicarse cuando se reconoce el error, nunca cuando éste se ignora. Ningún miedo o interesado deseo, ahora, se justifican; porque, al igual que el desinteresado amor de una madre atraviesa todo obstáculo y temor por y para el bien de su hijo, el Amor de Dios nos empuja a atravesarlos con Él, liberándonos de todo el doloroso condicionamiento autoimpuesto por el apego a los temores y avideces egoicos. Una vez el error es reconocido como tal, la corrección del perdón, la compasión, la auténtica empatía que nos llena de paz y gozo, surgen poderosas al comprender que el miedo del ego a lo que más miedo tiene es a lo que no tiene miedo. Y, finalmente, se realiza por la gracia, lo que nos dijo Jesús de Nazaret en Juan 23,24: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen", abriéndonos a vivir el milagro de que todos los días celebramos el día de nuestro prójimo. Porque (y, esto sí, es una buena nueva) el Espíritu Santo, Dios en nosotros, enmudece todo aquello que con arrogancia negaba la comunión del espíritu, y que queda tan bien reflejado -también- por Jesús de Nazaret en Mateo 22:34-40: "En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: 'Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?' Él le dijo: '"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.' Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: 'Amarás a tu prójimo como a ti mismo'. Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los Profetas'".

KHAAM-EL



Es esencial compartir lo sustancial,
nuestra común unicidad con la Divinidad,
nuestra inseparable comunión con la Infinitud y la Vida.
ReConociendo que el Amor de Dios
es como el de una madre amorosísima
que nos ama a todos por igual,
haciéndonos herman@s en espíritu y eternidad,
en una gloriosa eternidad
en la que nos espejamos los unos a los unos
una misma Luz de bienaventurada plenitud.



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