Seguir el camino de la Verdad y la Vida Eterna, no es una senda de mágica comodidad por la que el mundo se amolda a uno, sino una vía de milagrosa y esforzada transformación dándonos de corazón al prójimo, extendiendo la Buena Nueva del Reino Santo del Espíritu frente al engañoso y manipulador mundo de la carne, que, incluso a costa del semejante, se aviene a cualquier egoísta variación que le convenga.
Porque, seguir la senda de la salvación es un no apegarse a lo que se pierde adhiriéndonos a lo que el tiempo jamás alcanza, un confiar en lo esencial no depositando nuestro interés en lo banal, un ver profundo y diáfano que los ojos del cuerpo no ven y un sutil escuchar lo que los oídos de la carne no pueden escuchar, un saberse salvados por El Inmutable en lo mudable, un no temer la cruz de las adversidades y atravesarlas con humildad, con fraterna amigabilidad, con generosa entrega, con esforzada determinación, con valiente actitud, con íntima certeza de ser guiados por la Divina Providencia.
Con paz en la mente y gozo en el corazón vivenciamos cómo DIOS no muda, y el ego sí... La Verdad permanece, el ego cambia. El Amor de DIOS es total y desinteresado, el querer del ego (tomado errónea y calamitosamente por amor) interesado, especial y selectivo. La Dicha de DIOS es santa e inefable: acrece y plenifica, la felicidad del ego inestable y evasiva: se entibia y entristece. La paz de DIOS es gloria en comunión, la paz del ego tregua y desconfianza. DIOS Es, el ego surge y perece. Sí o sí, o renacemos en Espíritu, o morimos en la carne. Por esto, la vivencia de plenitud es directamente proporcional al abandono de sí, encarando las vicisitudes con coraje, llaneza y paciencia, aceptando y no rehuyendo la carga que nos corresponde viviendo para el bien de todos, y no sólo para el propio. Cuanto más 'yo', menos DIOS; cuanto menos 'yo', más DIOS. Y, cuanto más DIOS en mí sin 'mí', más verdadero ser aquel que soy junto con todos en/por/con ÉL.
KHAAM-EL
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