Todo disgusto en el mundo proviene de la arraigada suposición de considerar a las cosas, personas o situaciones como las causantes que pueden impedirle a alguien estar tranquilo y a gusto; y por tanto, en cuanto la forma o suceso varían, cambia el ánimo. Este razonamiento equívoco es el que nos quita la paz y la dicha, acrecentando la hipnótica sensación de tener razón y sabiduría en lo hipotético y básicamente irracional.
Ahondemos. Reflexionemos. Desvelemos. Conozcamos. Lo primero que precipita una percepción es un juicio que, una vez emitido por la memoria personal/social nos desasosiega, sosiega o deja indiferentes motivada por una historia personal proyectada en el tiempo. Más, aquí y ahora ES por encima de historias y juicios personales... El instante es por sí mismo santo, íntegro, bienaventurado, cuando la mente está en paz, cuando no se devana los sesos respecto a nada, como cualquiera puede comprobar.
Así que, la causa de nuestra insatisfacción vital es mental, jamás temporal/formal; luego el pensamiento es quien tiene la capacidad de elaborar una justificación externa para ocultar una decisión interna de apoyar la disensión, tomada por el ego (un 'yo temporal' ilusorio, mortal y separado, creído real) que pasa por alto nuestro auténtico ser, quien en esencia siempre vive en plenitud (lo verdadero, espiritual y en eterna unicidad). Es por eso, como dice la lección nº 5 de 'Un Curso de Milagros', que "nunca estoy disgustado por la razón que creo."
Quien corrige su mente, cambia su vida para bien; quien quiere cambiar su vida para bien sin cambiar la mente egoica por la espiritual, repite los mismos yerros una y otra vez. Comprobarás lo cierto y liberador de este aserto si entrenas tu mente todo el tiempo en el tiempo, llegas al fondo de la consciencia que toma conciencia de concienciar, desdeñando el ego (deseo/miedo, historia personal sujeta al tiempo) según afirmas la plenitud de Ser en comunión aquí y ahora (Amor, Uno con todos en DIOS VIVO).
KHAAM-EL
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